Publicado en Las Provincias el 31 de agosto de 2022
José Domingo Monforte de DOMINGO MONFORTE Abogados Asociados
Me parece el término adecuado para definir a plataformas como Only Fans y agencias como Think Expansion, que ofrecen servicios para manejar las cuentas, chatear con clientes y realizar transacciones consistentes en subir y vender el contenido erótico de jóvenes, beneficiándose de las ganancias económicas que obtienen de esta actividad. Al igual que el proxeneta, inducen a la prostitución digital enviando mensaje a través de Instagram: «Me interesa trabajar contigo, sé que te haría ganar mucho dinero». Fotos eróticas y videos de contenido sexual son el producto rentable con el que generan su ganancia que a su vez incentiva a jóvenes a obtener ingresos con la mercantilización de su cuerpo. Mujeres y hombres que asumen su condición de unas nuevas ‘cortesanas del pueblo’, al igual que sucediera con aquellas cortesanas en tiempos de Luis XIV, que daban conversación -ahora diremos chatear con clientes-, ‘dames entretenues’, o damas mantenidas como lo eran las cortesanas de Versalles, y que realizaban favores sexuales a cambio de una dotación económica. A mi juicio, este tipo de transacciones sexuales llevan a la reflexión sobre la dicotomía entre la moral y el derecho, que como veremos acaban ligadas. La moral ha sido víctima del relativismo moral y de la lucha contra la vilipendiada, por mal entendida, virtud. Así encontramos el punto de vista de cierta corriente del feminismo liberal que postula, como lo hace la antropóloga y feminista Livia Motterle, que: «-para nada- es incoherente tener una cuenta en Only Fans con la lucha con los derechos de las mujeres. Las feministas están en muchas plataformas. Pueden tener dinero, independencia económica a través de esta forma de trabajo, que además les permite tener más tiempo libre, conocer sus cuerpos y empoderarse». En definitiva, se abraza al relativismo moral que se sustenta en la idea de que no existen principios morales universales o absolutos, teoría según la cual no existe ninguna forma universal de saber lo que está bien y lo que no lo está. Es una versión de la moralidad que propone que «cada quien hace lo que puede», y los que la promueven como la citada antropóloga feminista se auto preguntan: «¿Quién soy yo para juzgar?» Frente a ello y en nuestra contemporaneidad, sin necesidad de recurrir a Sócrates y sus discípulos Platón y Aristóteles que reprobaban el mecenazgo sofista del relativismo moral, encontramos gobernantes contemporáneos como el presidente Enmanuel Macron, el cual tras el resultado de una votación que le fue favorable se enfrentó al relativismo moral de la ‘izquierda hipócrita’ cuando en su discurso asertivamente sostuvo: «Desde hoy no permitiremos mercantilizar un mundo en el que no quede lugar para la cultura: Desde 1968 no se podía hablar de moral». «Nos impusieron el relativismo: la idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos estudiantes». «Nos hicieron creer que la víctima cuenta menos que el delincuente. Que la autoridad estaba muerta, que las buenas maneras habían terminado, que no había nada sagrado, nada admirable. El slogan era VIVIR SIN OBLIGACIONES Y GOZAR SIN TRABAS». «Asesinaron los escrúpulos y la ética». Y continuaba calificando, como ya he anticipado, de izquierda hipócrita, que le ha tomado gusto al poder que utiliza los medios de comunicación para avanzar en sus procesos de ideologización en la economía. La crisis de la cultura del trabajo es una crisis moral, decía, y argumentaba la necesidad de rehabilitarla. Frente a los que han renunciado al mérito y al esfuerzo y atizan el odio a la familia, lanzaba su propuesta de volver a los antiguos valores: el respeto, la educación, la cultura y los deberes antes que los derechos. Estos se ganan haciendo valer y respetar los anteriores.
Y ahora veremos cómo la moral se integra en nuestro sistema normativo como frontera jurídica a la libre voluntad. El concepto de autonomía personal o de la voluntad que llega hasta nuestros días es de tradición kantiana, producto de la Ilustración y del racionalismo. El principio de la autonomía de la voluntad implica el reconocimiento de un poder de autorregular los propios objetivos e intereses de las partes que pretenden obligarse, con el límite que impone el art. 1255 del Código Civil, esto es no ser contrarios a las leyes, a la moral ni al orden público. Y aquí encontramos la frontera de la moral, ésta es, un conjunto de convicciones de orden ético y de valor del mismo tipo, lo que posibilitaría calificar de inmoral el contrato que afecta a la causa del mismo y determinaría su nulidad. El art. 1271 del Código Civil prohíbe a su vez que puedan ser objeto de contrato los servicios contrarios a las buenas costumbres. Concepto jurídico indeterminado refractario de un comportamiento acomodado a estándares éticos y sociales generalmente aceptados. El ordenamiento jurídico español acoge el sistema causalista diseñado en el Código Civil y, en consecuencia, vincula la ilegalidad contractual a la ilicitud causal. El proxenetismo digital resulta de imposible encaje en la buena fe, por la inmoralidad contractual del pacto de la transacción sexual del cuerpo y del pago al proxeneta digital de una comisión, al mediar una finalidad o circunstancia inmoral o ilícita. No podemos permitir que se asiente en nuestro conjunto de convicciones para que se eleven a la categoría de realidad social, que cierto charlatanismo jurídico defiende para dar validez a este tipo de transacciones sexuales que pugna contra el bien y que degeneran y pudren las hasta ahora buenas costumbres, acordes a la virtud y a la moral. Y quizá sea el momento de recordar al filósofo Edmund Burke: «Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada».
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