El Valencia ganó al Cádiz

Publicado el 10 de abril de 2021 en Las Provincias.

José Domingo Monforte. Socio-director de DOMINGO MONFORTE Abogados.

Seguro que todos los aficionados y seguidores del Valencia CF retenemos en nuestra mente las imágenes de un jugador descompuesto emocionalmente, fuera de control, Mouctar Diakhaby, tras recriminar al adversario. Parecía intentar explicar lo ocurrido a sus compañeros, al árbitro que directamente castigó su reacción con una tarjeta amarilla, y una vez amonestado por discutir con el contario, según refleja en el acta, añade que el futbolista le dijo textualmente: “Me ha llamado negro de mierda” en referencia al jugador número 16 del Cádiz.

Ver la reacción de un equipo unido en solidaridad con su compañero, con la  persona más allá del jugador que se ha sentido mal tratada y humillada en su dignidad, seguido de  un gesto espontáneo compartido de retirarse del campo por sentir como propia la humillación y como muestra de reprobación de una ofensa intolerable, nos llenó a todos los valencianistas de orgullo y admiración por dicho proceder solidario, con independencia de la forma en que se gestionaron y resolvieron las decisiones posteriores. Incluida la artificial y lamentable puesta en escena, días después, de un Presidente que solo representa al capital, que le da empleo y sueldo y por cuyo único interés se mueve y actúa, y que vio el momento de mejorar una imagen presidencial  emborronada de múltiples decisiones incompatibles y ajenas a los sentimientos de los aficionados. Sencillamente penosa, ningún Presidente en la historia antecedente a la venta del Valencia CF lo hubiere podido hacer peor en el cutre y penoso mensaje de apoyo. Y es que cuando se simula la valentía y el sentimiento del que se carece, es difícil aparentarlo.

Descendiendo al hecho, es una realidad innegable que la provocación verbal forma parte del lance del juego y la contención emocional no siempre es posible cuando se traspasan fronteras que afectan a la dignidad de la persona, por más que sea entre partícipes – ofensor y ofendido- de un juego de competición. La humillación y el menosprecio de la ofensa con una carga racista como lo puede ser “negro de mierda” no puede quedar como algún iluminado cantante ha tecleado con los calificativos de  chivato y  llorón,  justificándolo en que: “»El fútbol es cosa de hombres, lo que pasa en el campo se queda en el campo, así fue siempre y así debe ser”. Salvo que se quiera imprimir con dicho mensaje un doble castigo y sumarse a la ofensa y humillación.

El hecho, más allá de su prueba, abre una reflexión sobre si dichas expresiones, epítetos y calificativos contienen un mensaje de odio o son una mera reacción incontrolada sin un móvil de odio y ser consecuencia únicamente de la tensión propia del juego.  Si nos situamos por un momento en el plano jurídico, para que transciendan al acto delictivo, debe estar presente la intencionalidad y ánimo discriminatorio, la animadversión hacia la persona, o hacia colectivos que, unificados por el color de su piel, por su origen su etnia, su religión, su discapacidad, su ideología, su orientación o su identidad sexual,  constituyen la tipicidad de los  delitos de odio (510 Código Penal). Delitos que suponen un ataque al diferente, una manifestación de una intolerancia incompatible con los elementos vertebradores del orden constitucional y, en definitiva, con todo el sistema de derechos y libertades propio de una sociedad democrática.

Con esta modalidad delictiva se pretende la protección penal de la integridad moral y exige para su apreciación la presencia de un odio hacia determinado colectivo por razón de su mera pertenencia, es decir, orientada a la discriminación sectaria. El Tribunal Supremo ha resuelto estas situaciones declarando que no toda expresión de esa naturaleza puede ser integradora per se, con impronta de automatismo, en un delito de odio, reservándolo solo  para aquellas en las que el actuar del ofensor se halle presidido por la animadversión o por el ánimo de menospreciar a la persona por su raza.

En el ámbito extradeportivo, se ha juzgado y declarado la atipicidad de expresiones tales como «puta negra de mierda » y «las negras dejen el ascensor abierto que ventile», sin que las mismas puedan incardinarse en el discurso del odio. Se trata, según allí se declara, de insultos puntuales dirigidos por la acusada a la denunciante, debido a la pésima relación vecinal existente entre ambas.

Lo sucedido en el campo de juego, de probarse con certeza hecho y autoría, tendría en consecuencia su tratamiento y severo castigo en el ámbito exclusivamente sancionador, reglamentado, propio de la competición.

Pero más allá del hecho y de la realidad de la normalización  de la ofensas en el envite competitivo, los jugadores del Valencia supieron estar a la altura y mostrar con su gesto su repulsa a una ofensa que afectó de lleno a la dignidad de una persona por encima del jugador, y con su comportamiento movilizar las emociones y promover  los valores que el deporte debe transmitir de esfuerzo, mérito,  igualdad, respeto y solidaridad, que son el polo opuesto al insulto y a la humillación, dando ejemplo a la sociedad y ganando el partido en honor y dignidad.

 

 

 

 

 

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