Por Carmen Domingo Monforte. Periodista. Responsable comunicación Domingo Monforte Abogados Asociados.
“Mejor vida es morir que vivir muerto”.
Esta cita define bien a su autor: Francisco de Quevedo (1580-1645). Uno de los escritores más destacados de la literatura española, enclavado en la época conocida como Siglo de Oro. Escribió tanto obras narrativas como dramáticas, pero es muchísimo más conocido por su obra poética, de la que se conservan casi un millar de poemas.
Esta es la reseña que del escritor dan los libros de texto, pero la personalidad de Quevedo da para escribir un libro entero. Manuel Hidalgo dice de él en un reciente artículo publicado en el País: “Intrigante, ambicioso y mordaz, piso muchos callos con sus pies deformes y tuvo enemigos en todas partes”. Fue desterrado e incluso encarcelado por los líos en los que se metió. Pero no siempre se le juzgó con justicia. (“Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”)
Conocida es su pública enemistad con el poeta Luis de Góngora. Parodiaba sus poemas y se metía con su presunta homosexualidad. “Yo te untaré mis obras con tocino porque no me las muerdas, Gongorilla”. Góngora respondía sin nombrarlo o rebautizándole con el hiriente nombre de “Quebebo” que aludía a la querencia que el escritor tenía por el alcohol, el tabaco y los burdeles. Esta íntima rivalidad duraría toda la vida. Y contrasta con la admiración que Quevedo profesaba a Lope de Vega y Miguel de Cervantes.
Francisco de Quevedo tenía un carácter de complicados contrastes: fue un hombre muy conservador, que loaba las glorias pasadas de la monarquía hispánica y religioso. De hecho, escribió varios libros dedicados a santos del catolicismo y perseguía con su pluma a ateos, judíos y homosexuales. Por conseguir poder político no dudó en conspirar, adular o reprender, según le convenía, a los poderosos. Y conquistó la gloria pero también supo lo que era hundirse en el infierno.
A pesar de todo ello, ha pasado a la memoria popular como un rebelde, crítico y de humor cínico y escatológico. Rasgos que también estaban marcados a fuego en su carácter. Solo hay que mencionar, para entenderlo, el título de una de sus obras “ Gracias y desgracias del ojo del culo” (1626).
Quizá en esta personalidad de contrastes se forjó en su infancia. Sus padres pertenecían al servicio del Rey. Siempre estuvo cerca del poder pero sin disfrutar sus privilegios. Además tenía un físico poco agraciado. Cojeaba y tenía una marcada miopía que trataba de paliar con gruesos lentes (los quevedos). Rasgos que le convirtieron en diana para las burlas de otros niños. El resentimiento acumulado esculpió un carácter fuerte, ambicioso y cínico. Pero especialmente lúcido. Para la posteridad quedan algunas de sus citas más recordadas:
“Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”
“El que quiere de esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos”.
“Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”.
“La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”.
“Las palabras son como monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una”.
“Creyendo lo peor, casi siempre se acierta”.
“Por nuestra codicia lo mucho es poco; por nuestra necesidad lo poco es mucho”.
“El amigo ha de ser como la sangre, que acude luego a la herida sin esperar a que le llamen”.
“Los que de corazón se quieren sólo con el corazón se hablan”.
“El amor es fe y no ciencia”.
“Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen”.
“El valiente tiene miedo del contrario; el cobarde, de su propio temor”.
“El ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar”.
“El agradecimiento es la parte principal de un hombre de bien”.
“Más fácilmente se añade lo que falta que se quita lo que sobra”.
“Mejor vida es morir que vivir muerto”.
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