El mayor valor y el que jamás puede perder una entidad crediticia es el valor de la confianza. En España se acaba de dar a conocer un estudio que determina que en los últimos doce meses ha caído un 58% la confianza de los clientes en sus bancos. Las finanzas no son ciencias exactas y en opinión de muchos, están más cerca de la psicología que de la aritmética. La confianza en los bancos se sustenta en una relación personal asentada sobre la base de una solvencia institucional sólida.
La incertidumbre y la vacilación debutan cuando se transgreden valores y reglas de comportamiento y esto se evidencia y se hace visible socialmente, entonces se instaura la desconfianza que puede llevar a la inestabilidad financiera y al colapso del sistema bancario. De ahí, el esfuerzo del ejecutivo en intentar rescatar la confianza con medidas y acciones tendentes a dotar de seguridad al sistema y lograr la confiabilidad en él, estimulando la concentración y fusión crediticia, rescatando con la intervención a entidades en estados próximos a la insolvencia técnica, cubriendo con entrada directa en su capital sus déficits y desequilibrios de balance y supervisando sus sistemas de control, nombrando a gabinetes independientes para contraste y segunda opinión de sus estados económicos y real solvencia.
Las transgresión de las reglas y buena praxis del comportamiento financiero, a mi juicio, se inician con el mal uso de la innovación financiera, con los movimientos de capital, transferencias y desplazamientos de riesgos por medio de activos financieros cada vez más sofisticados y desregulados, dejando en manos de los ahora amos del mundo – los mercados -, la vigilancia y transpariencia de la información. Ello propició que la clase capitalista acumulara cada vez más dinero, con el beneficio de la especulación financiera, alejándose de la actividad productiva y que ha dejado un sistema orgánicamente enfermo, que los estrategas del capital no saben cómo hacerlo sanar.
La “International On The Measurement Of Economic Performance and Social Progress”, dictaminó que, incluso el crecimiento observado en América durante el periodo de mayor auge de las innovaciones financieras, era una farsa: el 40% de los beneficios atribuidos a las compañías del sector financiero era en gran parte un espejismo, una contabilidad ficticia. El valor de la inversión mucha de ella en el sector inmobiliario, estaba distorsionada por los precios de la burbuja, a los cuales contribuyó la innovación financiera.
Lo que me lleva a compartir, la afirmación de Paul Volcker: que la última innovación verdadera y legítima que se ha producido en las finanzas es el cajero automático.
La escasa cultura financiera y el abuso de confianza, han provocado también importantes pérdidas del ahorro, redireccionando a las acciones preferentes, producto complejo y de riesgo elevado que la banca fue vendiendo y colocando a sus clientes, en demasiados casos, como si fueran inversiones en renta fija, aprovechándose generalmente de la confianza que éstos depositaban en sus comerciales por la continuidad de trato y cercanía. Se ofrecían mejores intereses que los depósitos y se daba confianza en su rápida liquidación, cuando en realidad se estaba contratando a perpetuidad, clientes que afirman que se dejaron “ayudar” y “asesorar” sin entender ni leer lo que se firmaba. Bastaba oír que era lo mejor y más conveniente para el dinero que éstos cuidaban. El resultado es que las pérdidas en el momento de su realización se sitúan entre un 30 y 60% de su inversión original.
Regenerar esa confianza es tarea compleja, que debe comenzar con el cambio de actitudes y comportamientos de los banqueros que deben ser servidores de la economía real y cumplir su función dentro del sistema económico distribuyendo el capital para usos productivos, gestionando con responsabilidad y disciplina el riesgo, lo que hace necesario el control y efectiva supervisión, hasta recobrar los niveles y valores tradicionales de honradez, lealtad, transparencia y ética, que nunca debieron perderse y que posibilitarán que algún día se cumpla el adagio chino de que “la puerta mejor cerrada, es la que podemos dejar abierta”.
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