Publicado en Las Provincias el 30 de enero de 2020.
José Domingo Monforte. Socio-director de DOMINGO MONFORTE Abogados.
Sirve el tópico literario «tirios y troyanos» que refleja la división irreconciliable de dos bandos o grupos enfrentados por ideas y decisiones. Como sabemos, la terrible rivalidad entre las ciudades antiguas de Tiro y Troya por la hegemonía del Mediterráneo fue causa de permanente hostilidad y enfrentamiento, y desde la Eneida de Virgilio hasta nuestros días la arrastramos en nuestro lenguaje como expresión del desacuerdo y de intereses opuestos.
En este tiempo pandémico de nuevo es oportuna su cita ante la provocación social de una nueva división, con un debate -en mi opinión prematuro- sobre la inmunidad que posibilitará la vacunación y su acreditación para liberar restricciones de movilidad para los inmunes vacunados, frente a los comunes no vacunados.
En el marco de nuestra Unión Europea ya ha debutado una clara división entre dos grupos. Un bando que encabezan Grecia y España que quieren reactivar cuanto antes la libre circulación y que se posicionan con el objetivo y frente común de restaurar la movilidad y evitar medidas indiscriminadas como aislamientos, controles o restricciones de viaje. Para ello ven favorable la implementación de un pasaporte europeo de vacunación que posibilite dicha movilidad sin restricciones, pese a que -como ha reconocido el Comité de Emergencias de la OMS- todavía se desconocen las repercusiones de las vacunas en la reducción de la transmisión y que la disponibilidad actual de éstas es demasiado limitada. Otro grupo muestra más precaución y prudencia, entre éstos se sitúan las grandes economías: Alemania y Francia, además de Bélgica, Holanda y Luxemburgo.
Y ello en medio -como se advierte por el Banco Central Europeo- de la tercera ola, que amenaza la reactivación y vaticina una segunda y severa recesión. La división abre un debate ético-jurídico sobre la obligatoriedad de la vacunación y el de la discriminación que, de suyo, derivará de la limitación de derechos y libertades entre personas que no se quieran vacunar o que no puedan hacerlo por razones médicas.
Al mismo tiempo que el debate se va conformado, se genera simultáneamente la esperanza de la superación de la enfermedad con la vacuna. Nuestro gobierno ya ha anunciado que con la vacunación se irá frenando el antígeno y a finales de verano se regresará a cierta vida normal con lo que llaman «inmunidad de rebaño», que se logrará cuando se consiga que alrededor del 70% de la población esté protegida contra la enfermedad vírica y se pueda poner así fin a la pandemia. Sigo a Álex Grijelmo y estoy de acuerdo con su visión sociolingüística sobre la inteligencia de rebaño, la palabra «rebaño» se ha convertido en positiva. Ahora asumimos ser parte de rebaño si esto nos da inmunidad, sin importarnos que la metáfora implique asociación de ideas con los borregos.
El Comité de Bioética de España en 2016, en su informe sobre cuestiones ético-legales de rechazo a las vacunas, contempla la medida de la vacunación obligatoria en supuestos de riesgos contra la salud pública. En este momento el Ministerio de Sanidad descarta la vacunación obligatoria, al propio tiempo que anuncia formar una lista nacional de personas que se nieguen a recibir la inmunización. Comparto la conclusión del investigador de Bioética López Baroni que sostiene que: «la propuesta del pasaporte inmunitario es trivial desde el punto de vista científico, ilegal desde el jurídico, e inmoral por suponer una injerencia injustificada en la intimidad de las personas proscrita por la bioética. Aunque quizá anticipe el mundo hacia el que vamos».
Pero más allá de la cuestión jurídico-ética es una realidad que la vacuna ha abierto caminos de esperanza. El solo anuncio de la vacuna infundió confianza y motivó una inmediata recuperación en las bolsas mundiales y aunque -como recordaba nuestra Catedrática Emérita Adela Cortina- «El regreso de la vida presencial que es la vida humana íntegra, no estaba a la vuelta de la esquina, pero sí en el horizonte», queda la ardua tarea de distribuir las vacunas y ponerlas con equidad, haciéndolas llegar a todos. Entonces la inmunidad iría reduciendo las restricciones, cobraría impulso la actividad económica, aumentaría el empleo y reduciría la pobreza.
Y hasta que ello se logre solo queda la solidaridad interna humana de los unos con los otros, de compartir con generosidad, de ayudar y cuidar a nuestros enfermos, que nos eleva moralmente y nos hace cada vez más fuertes. Volviendo así a la inteligencia de rebaño, como las ovejas, que lejos de dispersarse despavoridas se unen en grupo para protegerse y logrado esto, parafraseando a Don Quijote de la Mancha, «callaron todos, tirios y troyanos».
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