Publicado en Las Provincias el 20 de abril de 2022
José Domingo Monforte. Socio-director DOMINGO MONFORTE Abogados Asociados
El ejercicio de la abogacía, en ocasiones, regala respuestas a muchas preguntas vitales. Me gustaría compartir un caso real, del que omitiré identidades por innecesarias, y que me ha hecho reflexionar sobre conceptos tan cotidianos y, a la vez, tan profundos como la verdad, el respeto, el perdón, la religión y la justicia.
Imaginen un sacerdote que llega a un pueblo, a una nueva parroquia y lo hace precedido de cierta rumorología. A partir de un hecho cierto: faltó dinero de la caja en su antigua parroquia, uno de los vecinos con cierto convencimiento, le acusa de ladrón, aunque nadie pudo ni puede demostrar que lo sea, e inicia contra él una campaña de desprestigio: le increpa a la salida de misa, delante de sus feligreses, le insulta y utiliza las redes sociales para dar publicidad a sus convicciones.
Cansado del acoso, el cura decide recurrir a la justicia, a la terrenal (que para la divina ya habrá tiempo) y presenta una querella. La «exceptio veritatis» que viene a significar que prueba la verdad, hubiera sido una línea de defensa, en la dogmática penal se ha determinado como una excusa absolutoria, esto es, exoneraría de responsabilidad, pues se trata de una causa de exclusión de la pena (207 CP), y que toma en cuenta los dos bienes jurídicos que se encuentran jurídicamente protegidos, el honor y la reputación de quien fue difamado y la integridad de quién difamó.
Pero el caso busca vías de solución extrajurídicas y se resuelve desde el amor al prójimo mutuo y el perdón, con un acuerdo entre las partes que evita seguir procesalmente: quien difamó asume todo lo que indebidamente y sin prueba, pese a su convencimiento, dijo y se reconoce culpable de todas las acusaciones. Dice que es cierto que le ha perseguido y difamado y que se arrepiente con íntegra humildad. Y el sacerdote acepta las disculpas y perdona con amor. Pero pide un único resarcimiento del daño, que no es material ni económico. Quiere reconstruir su reputación, su honor mancillado y también ser ejemplo del perdón y de reconocer el valor de quien lo pide. Y por ello, la literalidad del acuerdo, se leerá en la Misa del Jueves Santo y en la Vigilia Pascual, ante sus feligreses, ante los mismos feligreses que reiteradamente escucharon aquellas acusaciones. También se publicará el acuerdo en los medios digitales que sirvieron primero para difundir los rumores que hicieron mella en su fama, en su prestigio y que le hicieron especialmente daño por ser un hombre de Fe, al que se debe presuponer una conducta intachable. También no debe olvidarse el valor de quien renuncia, reconsidera y pide con humildad el perdón.
Hasta aquí los hechos, y a partir de aquí, mis reflexiones que son solo mías, como mis opiniones y, por tanto, ampliamente opinables, cuestionables y rebatibles.
El sacerdote pudo decidir callar, hacer oídos sordos a las acusaciones y los insultos… poner la otra mejilla y dejar que sus actos, su vida en la parroquia fueran la prueba de su honor.
La defensa judicial se convirtió en necesaria. Quizá en su convencimiento de que el ejercicio de su sacerdocio lo reclamaba, antes debió orar por la persona que le ofendía y pedir que le preparara para la experiencia del perdón. Debió recordar lo que tantas veces quizá repitió en la lectura del Evangelio: «Se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». (Mt 18,21-35). Y dio muestra de ello en el lugar dónde ejerce su sacerdocio la Iglesia y, durante dos actos religiosos especialmente significativos del calendario litúrgico: el Jueves Santo y la Vigilia Pascual.
Pero no quiero olvidarme de la madurez y valentía de quién supo pedir perdón y asumir sus errores de forma sincera renunciando al empecinamiento de sus convicciones y dar continuidad jurídica descalificativa. Optó por colocarse en el lugar de la otra persona y desde la sinceridad pedirle perdón. Probablemente experimentó una acción curativa de responsabilidad y respeto dual hacía si mismo y hacía el sacerdote al que dañó.
Comparte con los que así también lo creen que el «Sentido de Justicia» es una fortaleza cívica que es la que nutre la virtud y el respeto mutuo. El Sentido de Justicia hace que respetemos mutuamente nuestros derechos y al mismo tiempo cumplamos con nuestros deberes. Precisamente ese conjunto de valores esenciales es que se traslada al formal de normas codificadas, que se confía en la justicia procesal y su última decisión a los jueces para hacer cumplir y ejecutar lo juzgado. Entiendo también que existe una justicia restaurativa, que la buena praxis profesional reclama y debe considerarse. Según este enfoque, víctima y victimario deben involucrarse en la búsqueda de justicia. Para ello, el victimario debe entender y reconocer el daño que ha causado y de forma conciliada esforzarse por lograr restaurar el daño causado.
El delito, la acusación, la confesión, el arrepentimiento, compartir la fe, en estas breves reflexiones hay solo los elementos que se han hecho públicos de la causa judicial, pero no cambia el final: no hay ni absolución ni condena ni castigo, hay perdón. Mi amable lector, juzgará si se ha hecho Justicia.
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