Celos y violencia

Publicado en el periódico El Mundo el 6 de diciembre.

José Domingo Monforte. Socio-director de Domingo Monforte Abogados Asociados.

Se ilumina la pantalla del móvil y aparece solo un texto: “número oculto”. Al descolgar, una voz al otro lado -por lo general seca y distante-  informa de su condición de agente de un determinado cuerpo de seguridad -Policía o Guardia Civil-  e identifica a la persona del detenido, el lugar y el motivo; la designación letrada que motiva la llamada y los tiempos en que permanecerá bajo custodia como detenido para su asistencia legal. En la entrevista con el detenido percibes los efectos del tiempo y la pernocta en los calabozos, habitáculos lúgubres y fríos con puertas metálicas, situados por lo general en sótanos donde no llega la luz del día y el aire entra por conductos de ventilación, colchoneta y manta, que solo el agotamiento extremo posibilita su uso, nada más.

Las detenciones por maltrato y violencia -excesivamente frecuentes en los últimos tiempos-  suelen ser especialmente tensas e intensas. Generalmente, subyacen ciertos trastornos compulsivos y de celo obsesivo, que proyectan actuaciones indeseables en las que la razón se ausenta y la violencia gestiona a sus anchas y fuera de todo control.

Vital y circunstancialmente, preceden en el tiempo estados de hipervigilancia y de control obsesivo e insoportable en la búsqueda de señales que confirmen un determinado proceder, servidos por un rol posesivo extremo que, en las ocasiones más graves -aunque aparezcan en las noticias casi a diario- la espiral destructiva les lleva a la agresión homicida y al posterior suicidio.

Los celos han sido tratados jurisprudencialmente, insistiendo reiteradamente en que éstos no pueden justificar la atenuante de obrar por un impulso de estado pasional pues -a salvo los casos en que tal reacción tenga una base patológica perfectamente probada de manera que se disminuya sensiblemente la imputabilidad del agente- las personas deben comprender que la libre determinación sentimental de aquellas otras con las que se relacionan no puede entrañar el ejercicio de violencia alguna en materia de género.

Los celos no constituyen justificación del arrebato u obcecación. Ni el desafecto o el deseo de poner fin a una relación conyugal o de pareja puede ni debe considerarse como un estímulo poderoso para atenuar la responsabilidad de dicho proceder. Y, en consecuencia, no tiene eficacia para sustentar una posible atenuante de arrebato u obcecación. Insistiendo en que la ruptura no puede justificar reacción violenta alguna, pues con la ruptura renace el derecho de ambos a rehacer un proyecto propio de vida afectiva. De lo contrario -se sostiene con acierto- se estaría privilegiando injustificadas reacciones coléricas que, si bien se mira, son expresivas de un espíritu de dominación que nuestro sistema jurídico no puede beneficiar con un tratamiento atenuado de la responsabilidad criminal.

La pretensión de reanudar a ultranza unas relaciones conyugales o de pareja deterioradas por diferencias o enfrentamientos personales no puede llevarse hasta el extremo de utilizar la fuerza como único procedimiento para imponer la voluntad del agresor. Quien se sitúa en el plano injustificable de la prepotencia y la superioridad no puede pretender que su conducta se vea beneficiada por un reconocimiento de la disminución de su imputabilidad o culpabilidad. A lo que se añade que el entorno socio-cultural imperante y el sentido ético repudian las reacciones coléricas que amparan dichas conductas.

Ésta sería la síntesis de la doctrina jurisprudencial vigente, la dominación y el control de la pareja son dos de las manifestaciones más habituales de la violencia contra la mujer y la vía de inicio del maltrato psicológico y físico. Aunque jurisprudencialmente -no sin cierta polémica doctrinal- ya ni siquiera se exige en las agresiones del varón a la mujer el ánimo machista de sometimiento, dominación, humillación o subordinación; basta el comportamiento objetivo de la agresión.

La preservación del ámbito familiar como una comunidad de amor y libertad, presidido por el respeto mutuo y la igualdad, son bienes que se preservan y protegen por las normas penales.  Si bien, no debemos perder de vista la antinomia y el recuerdo bochornoso de que hasta 1963 estuvo vigente el «privilegio de la venganza de la sangre», fórmula contenida en el Código Penal de 1870: facultad criminal, irritante privilegio, a modo de parricidio legal, “honoris causa” concedido a los padres y maridos para matar a sus hijas y esposas y a los hombres que yacían con ellas y que fue reintroducido por la dictadura de Franco y revisado en 1963, eliminándolo del Código Penal. Y si de desigualdades legislativas hablamos, el rastro del derecho romano nos deja la huella del brutal concepto de pater de familias –señor de vidas y haciendas de los suyos- la figura del marido como cabeza de familia y la necesidad de la licencia marital no desaparecieron hasta la reforma del Código Civil de 1975, en la que también el deber de obediencia de la mujer al marido quedó eliminado y sustituido por el deber de mutuo respeto y protección recíprocos, elevándose a rango constitucional, en 1978, la no discriminación legal por razón de sexo.

Esta perspectiva social e histórico-jurídica no pude  justificar que el control y la dominación sigan estando presentes en adolescentes, pues han crecido con otro entorno social y cultural que debiera ser aparentemente incompatible con el grave problema que representa el aumento de la violencia machista entre menores. En éste juegan un papel clave como vehículo de control las nuevas tecnologías, repitiéndose desgraciadamente los mismos patrones y comportamientos coercitivos -como son la desvalorización, la imposición, la culpabilización y el victimismo- con el fin de establecer el control de la relación afectiva; abusos emocionales que abonan posteriores abusos físicos y comportamientos violentos. El riesgo de desarrollar los menores este tipo de conductas puede estar, en ocasiones, causalizado en modelos y consejos familiares sexistas o ideas patriarcales a favor del dominio que suelen encontrar víctimas con baja estima que se sienten responsables cuando no hay nada que justifique la violencia y el maltrato.

El poeta Antonio Machado, dijo “en cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da». De nuevo, creo que la solución y el buen dar, hay que buscarla en la unión y la familia que preserve los valores de amor e igualdad que rechazan el abuso y  la violencia.

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