Publicado en el periódico Levante-EMV el 8 de marzo.
Carolina Navarro González. Abogada.
No me gusta celebrar ningún “Día de…” y mucho menos el de hoy, Día Internacional de la mujer trabajadora. Ojalá vengan muchos ochos de marzo en los que no tengamos nada que conmemorar y pasemos la hoja del calendario como un día cualquiera. Pero éste, el de 2019, lo celebraré. Aunque a mi manera, reservando un recuerdo para todas las mujeres que, día tras día, hacen malabares para salir adelante. Por ellas y por sus familias. Porque cada una libra su propia batalla pero, a fin de cuentas, todas participamos de la misma guerra, la de la igualdad.
En mi sector, el legal, según datos de la consultora Iberian Lawyer, solo 16 de cada 100 socios de los grandes despachos son mujeres. Y, tal y como mantiene el Consejo General de la Abogacía Española, la brecha salarial alcanza el 20%, de forma que, ocupando puestos idénticos, las abogadas cobran un veinte por ciento menos que los abogados.
Son cifras que llaman a la reflexión, sobre todo si tenemos en cuenta que nos encontramos en un sector mayoritariamente integrado por mujeres: abogadas, procuradoras, fiscales, juezas, funcionarias… Somos más mujeres pero ocupamos menos puestos de responsabilidad. Afortunadamente, aunque queda mucho camino por delante, las cosas empiezan a cambiar. Al frente del Colegio de Abogados de Valencia, desde hace un par de meses, tenemos una Decana, la primera de la historia. También Barcelona o Madrid cuentan con Decanas. Y el 70% de los nuevos jueces son mujeres.
Nuestra batalla es ésta, la de alcanzar la igualdad real en lo que a puestos de responsabilidad respecta. Y por ganarla trabajamos cada día. Pero no es la única –ya lo decía- ni la más merecedora de reconocimiento. Cada una libra la suya, la que elige, o la que -muchas veces- le toca vivir. No recuerdo mujer más trabajadora y digna de admiración que mi abuela: y ella no sabía leer ni escribir. No batalló por tener el mejor puesto en un bufete, sino por mantener a una familia con cuatro hijos en época de postguerra, regentando una pequeña tienda de ultramarinos que más que vender ayudaba a salir adelante a todo el vecindario y a aquellos que venían del pueblo huyendo de la pobreza de la árida Castilla.
Medio siglo después yo he podido estudiar dos carreras, aprender idiomas en el extranjero y elegir cuál iba a ser mi batalla. Con mucho esfuerzo, eso sí, pero –por suerte- con muchas más oportunidades que otras mujeres. Cada una en la medida de nuestras posibilidades hemos de comprometernos por lograr esa igualdad: la de la conciliación familiar, la de la no penalización de la maternidad en el ámbito profesional o la de la superación de la brecha salarial. Cuando lo logremos, no necesitaremos seguir dedicando un día al año a estas reflexiones, el 8 de marzo será un día más, igual que el resto. Pero, de momento, no lo es.
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