Justicia para Hamlet. Reflexiones acerca del Jurado Popular

Publicado en Levante.

Nos situamos en un suburbio de una ciudad cualquiera. En un piso cualquiera, se celebra una boda. Se casa Gertrudis con Claudio, el hermano de su marido. Su hijo, Hamlet, se opone a este enlace. En un momento de la noche madre e hijo discuten acaloradamente. Detrás de una cortina algo se mueve. El chico saca un cuchillo y, sin mediar palabra, mata de una puñalada al hombre escondido.

Es la trama de Please Continue Hamlet, una obra de teatro de Roger Bernat que rescata la tragedia de Shakespeare para traerla al S.XXI. Someter a juicio a Hamlet y, de paso, abrir un debate sobre la Justicia.

Tuve la oportunidad de asistir a su representación. Sobre el escenario sólo tres actores: el acusado Hamlet y dos testigos. El juez, la fiscal y el abogado eran profesionales reales del derecho. Y la obra reprodujo de manera fidedigna una vista que bien podría desarrollarse en un tribunal español.

Seguí con atención los interrogatorios, los informes finales. No quería perder detalle porque se nos advirtió que, al final de la representación, se elegiría entre el público al Jurado encargado de dar el veredicto: culpable o inocente.

No me tocó a mi esa responsabilidad. Pero 9 espectadores decidieron que Hamlet era culpable. La condena: 5 años de prisión.

La sentencia fue un golpe. Yo, por lo que vi y escuche en la sala, le habría absuelto…pero todavía fue mayor el impacto cuando el director anunció que, en las más de un centenar de representaciones de la obra por todo el mundo,  el veredicto había variado entre la inocencia y la culpabilidad casi al cincuenta por cien. Inquietante ¿no?

Esta experiencia me hizo reflexionar sobre la figura del Jurado Popular, sobre su subjetividad.

Dice la Ley Orgánica del Tribunal del Jurado que este es competente para juzgar una serie de delitos que, en la práctica, englobaríamos en dos tipos: homicidios (el 90% de los casos) y los delitos cometidos por funcionarios.  ¿Por qué estos y no otros?.  La respuesta la encontramos en la misma ley cuando dice que se han seleccionado aquellos delitos “en los que la acción típica carece de excesiva complejidad o en los que los elementos normativos son especialmente aptos para su valoración por los ciudadanos”. Vamos, para que nos entendamos, los delitos más “sencillitos de juzgar”. Entiendo que, al reservar al juez los delitos de mayor complejidad, el legislador reconoce, de manera implícita, que un profesional, resolvería la situación  mucho mejor.

Pero es innegable que,  la figura del Jurado Popular tiene también un objetivo educativo, cívico. En el momento que te enfrentas a la necesidad de decidir sobre la vida de una persona necesariamente reflexionas, estudias los hechos con espíritu crítico, escuchas a los que piensan diferente, valoras y decides. Tomas conciencia de tu responsabilidad, como individuo, en la construcción de una sociedad justa.

Pero, ¿es este objetivo pedagógico lo suficientemente fuerte para superar la mayor posibilidad de errar? ¿Se puede subordinar la Justicia a la educación hasta ese punto?

Todos conocemos juicios mediáticos en los que el Jurado ha contaminado su decisión por la presión social. Recuerdo, el de Dolores Vázquez, condenada por el asesinato de Rocío Wanninkhof. Fue declarada inocente después de pasar  más de 500 días en prisión. O el de Mikel Otegi al que el Jurado absolvió del asesinato de dos guardias civiles. Era la etapa más sangrienta de la banda terrorista ETA. Y siempre quedará  la duda de si la decisión estuvo condicionada por el miedo.

¿Hasta que punto la presión de la opinión pública, la locuacidad de un abogado defensor o de un fiscal, la falta de empatía del acusado o el miedo pueden influir en la decisión de un Jurado?. ¿Influyen menos estos factores en un juez?

Son muchas las voces reputadas del derecho que piden una reforma del Jurado Popular. Quizá excluirlos de los casos mediáticos, quizá apostar por el modelo de Jurado escabinado integrado a la vez por jueces y ciudadanos….quizá.

En mi opinión, la justicia debe estar, en la medida de lo posible, por encima de la subjetividad. Se debe exigir al que juzga una mínima preparación, un mínimo  sentido común. Hamlet no puede ser libre o preso según quien le juzgue. Pido, justicia para Hamlet.

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