Publicado en el periódico Las Provincias el 21 de septiembre.
José Domingo Monforte. Socio-director de DOMINGO MONFORTE Abogados.
En la primera ocasión que el accionista mayoritario del Valencia Club de Fútbol se sentó en el palco de su club, tras ser previamente aclamado por la afición como el salvador, preguntó a sus convecinos del palco qué era aquello que cantaba la afición jubilosamente.
Aquello, señores, era, ni más ni menos, que nuestro himno regional.
No podemos ni equivocarnos, ni confundirnos, ni realizar ensoñaciones sobre el porqué se adquirió nuestro Valencia CF en un momento que podíamos dejarlo como oportunista.
A mi juicio, todo comenzó cuando se planteó una ampliación de capital bajo una aparente visión/misión de democratizar el club. Estábamos en el año 2009 y el Consejo de Administración veía como salida a decisiones previas e inversiones tan grandiosas como desacertadas “la obtención de recursos financieros sin generar pasivos exigibles a la sociedad” con el efecto saludable de atomizar la participación accionarial, de forma que sus socios, aficionados y seguidores-inversores pudieran ser los dueños de su Valencia adquiriendo acciones nuevas vía ampliación de capital.
Se movilizó el “sentiment” y muchos fuimos los que, convencidos de ello, creímos e invertimos, sin pensar en el valor ni el acierto en lo económico de la inversión, solo movidos por nuestro “sentiment”.
Sin embargo, al no ser cubierta la ampliación en la primera vuelta, comenzó un triste episodio y la ficción jurídica de que fuera una Fundación -cuya génesis y fines eran completamente distintos a los propios de una sociedad de cartera-, la que se adjudicara sin posibilidad ni capacidad de retorno el resto o remanente de acciones no adquiridas en la primera vuelta por un valor de 73’7 millones de euros vía préstamo -lo que pretendía evitar con la ampliación- con pignoración de las acciones que representaban más de dos tercios del capital social.
Y el resultado fue algo que podría tildarse de chistoso, si no fuera por las consecuencias tan letales que ha tenido: la Fundación era la accionista mayoritaria del Valencia CF, sin ninguna posibilidad de retornar el préstamo y, en consecuencia, fiduciaria del interés de un tercero que tenía el dominio funcional y material de dicha mayoría y, por tanto, del Valencia CF.
La entidad financiera la conocen todos ustedes y, en ningún momento, tuvo vocación ni interés de ser accionista mayoritario del Valencia CF. En consecuencia, sirvió el Valencia CF a su mejor postor y, adquiridas por su actual dueño de aspecto y semblante preocupante, con un inicial y real desembolso de 22 millones de euros y el resto financiado, al que llegó a llamar algún periodista no sin sorna, el genio de la lámpara maravillosa, lo que era una realidad cierta, era su pleno desconocimiento de la historia y “sentiment” del Valencia CF y de su afición.
El capital decide, y decide por razones de interés de capital, sin más.
Nada debe extrañar que hayamos vivido y sufrido situaciones y momentos absurdos y desconcertantes, no solo en cuanto a decisiones deportivas se refiere, sino también en momentos institucionales, como lo fue nuestro centenario. Y los que seguimos y seguiremos con nuestro “sentiment” intacto vemos con asombro y permanente preocupación lo que ocurre sin poder hacer nada.
Aquí, créanme, que no pienso que sea el “meninfotisme” valenciano, sino la atadura jurídica en que se encuentra el Valencia CF.
¿Qué nos queda?
Todo pasa.
Pero debemos apelar a los valores de este pueblo y esta afición y pensar que nunca pierde quien nunca se rinde y no perder la esperanza de reconquistar el Valencia que se fundó en aquella mesa del Bar Torino el 18 de Marzo de 1919.
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