Publicado en el periódico El Mundo el 6 de enero.
José Domingo Monforte. Socio-director de DOMINGO MONFORTE Abogados.
Nada nuevo aporto si digo que la Navidad es un tiempo de euforia comercial en el que el consumo ha ido desplazando el verdadero motivo de celebración -el nacimiento de Jesús, acontecimiento central de la humanidad- por un tiempo de solaz festivo en el que los mensajes comerciales aprovechan los encuentros de familia para reavivar emociones y generar con ellas una necesidad de consumo. Asociando consumo a felicidad.
Superados los excesos de estos días y pendientes ya solo de celebrar la llegada de Sus Majestades de Oriente, es momento de hacer una reflexión sobre las fiestas navideñas.
Celebraciones en las que el alcohol es el gran protagonista. Ya en el tiempo de adviento, en las estrategias publicitarias se nos presenta y asocia la celebración festiva con las imágenes de vinos y destilados, como acompañante imprescindible en las mesas y veladas festivas.
El alcohol, como con acierto describe D. Rodríguez , se relaciona con los mejores momentos: el disfrute de la amistad, de la pasión, del compañerismo, de la fraternidad o de la aventura emocional, pero también con los peores: reyertas, derrumbes afectivos, llantos por una vida desgraciada que el alcohol subraya, accidentes de tráfico, laborales, maltrato familiar, y muerte. Sus vapores impregnan todos los círculos sociales, bendicen celebraciones.
No nos debe extrañar que nuestros adolescentes, en las edades en que comienzan a pasar más tiempo con sus amigos, asocien el disfrute del ocio con el alcohol y se inicien en etapas muy precoces en atracones generados por encuentros en espacios públicos alrededor del “botellón”, mezcla de refrescos dulzones y destilados baratos.
En general, los menores tienen una baja percepción del riesgo, no consideran el alcohol como una sustancia nociva, como tampoco lo hace un amplio sector de la sociedad. Los patrones de consumo de alcohol festivo e incluso la ideación de que resulta saludable hacen que los menores y adolescentes perciban sensación de poco riesgo y no reparen en las consecuencias indeseables del consumo de alcohol. Contrariamente, esperan que provoque cambios positivos como facilitar, desinhibir y potenciar relaciones sociales y soporte necesario hacia la diversión.
Precisamente, el tiempo efímero de la Navidad, que debería propiciar rescatar valores y enderezar desviadas conductas y reconducir dificultades vitales, por el contrario, genera una gran bola de placebo consumista ausente de valores y cargada de necesidades de consumo impuestas por una economía productiva insaciable, que adapta su mensaje a los valores tradicionales del tiempo navideño: generosidad, humildad, gratitud, solidaridad, reconciliación, paz, amor…
Los antídotos contra dichos males son de fácil recomendación y consejo pero de difícil aplicación y vivencia; requieren coraje en la medida en que se enfrentan a un modelo social obsequioso, cuando no entregado al patronaje consumista.
No me resisto a dejar en estas líneas mi recomendación para proteger a nuestros jóvenes en formación, menores o adolescentes, cuyo mejor ejemplo de evitación y donde deben forjarse los valores y asumir responsabilidades es la familia. Con el adecuado equilibrio familiar, diálogo, unión y convivencia, aprovechando la afinidad de sentimientos, afectos e intereses comunes, para mostrar y enseñar valores y junto a ellos transmitir también el adecuado uso de la libertad. Familia en la que no deben faltar la alegría vital que nos hace superar obstáculos y dificultades, la emoción -que no debe confundirse con la de tener un sinfín de cosas, la mayoría innecesarias-, la generosidad -no solo entendida en el aspecto de compartir y ofrecer bienes materiales, sino como el más valioso ánimo de entrega, apoyo y disponibilidad-, el respeto por los demás, y la autorresponsabilidad de asumir las consecuencias de los propios actos.
Los padres deberíamos aspirar a ser el ejemplo y el antídoto de dichos males, en la medida que ejercemos influencia en sus conductas. La familia, en definitiva, es donde comienza la vida y el amor nunca debería terminar.
¡Felices Reyes!
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