San Raimundo de Penyafort

Hoy celebramos la festividad del Santo Patrón de los juristas: San Ramón, también conocido como San Raimundo, de Penyafort.

La figura histórica y el pensamiento de San Raimundo de Penyafort ha sido objeto de múltiples estudios e investigaciones. Mis líneas y epifanía, sin embargo, van dirigidas hacía su faceta y capacidad para la adecuada solución de los conflictos favorecida por el semblante psicológico que nos llega hasta nuestros días de su sentido de la ponderación y de justo medio, que le hicieron merecedor de calificativos como “consejero sabio”, “medianero excelente”, “consultor seguro” y “árbitro sapiente de suma rectitud y equidad”. Capacidad y aptitudes, unidad y coherencia vital entre la persona y su obra que posibilitaron que interviniera en los asuntos más importantes del poder civil y eclesiástico.

Desde su regreso de Bolonia (1220) hasta su muerte, la vida de San Raimundo de Penyafort coincidió con casi todo el reinado efectivo de Don Jaime I. De sus relaciones con Don Jaime, el Conquistador, resalta la participación en determinados asuntos de singular transcendencia para el estado: A él le fue confiada la redacción de la Sentencia de nulidad del matrimonio entre Don Jaime I y Doña Leonor de Castilla (hija del Rey Alfonso VII). Matrimonio regio que había constituido una infracción grave y notorio escándalo al concurrir defecto o causa de nulidad. La confianza  en San Raimundo era tan absoluta que tanto el Rey como la Reina otorgaron un documento en Zaragoza el 20 de marzo de 1229, por el que prometían estar solemnemente a lo que éste decidiere como legado, siendo una cuestión tremendamente delicada por afectar a las relaciones entre los dos reinos cristianos de España, y que resolvió con una regulación equitativa y justa de todas las cuestiones que afectaban tanto a los pactos de estado como a los civiles y patrimoniales del contrato matrimonial.

Posteriormente le fue encomendado por el Papa Gregorio IX en 1237 la misión de resolver la excomunión que pesaba sobre Don Jaime, el Conquistador, a causa del atentado que había cometido en Huesca contra el obispo electo de Zaragoza.

Tras la nulidad del matrimonio se planteó un problema de sucesión a la Corona. Rechazó participar en anteriores testamentos al de Montpellier de agosto de 1272, donde se mantenían una política de disgregación de sus estados, que el Santo desaprobaba, y fue precisamente en este último testamento de Montpellier, donde Don Jaime ratificó la distribución de sus dominios entre sus hijos Pedro y Jaime, estableciendo entonces la indivisibilidad de los territorios, rectificando, su sometimiento inicial a las tendencias sucesorias disgregadoras.

Afirmó y sostuvo la conveniencia del mantenimiento de la unidad del estado con base objetiva y una finalidad desinteresada que estaba inspirada en el sentido y deseo del bien público por encima de otros intereses.

En la sociedad de su tiempo tanto familias cristianas como judías pidieron su intervención jurídica por razón de su sabiduría, imparcialidad y espíritu de justicia. Así lo fue hasta los últimos días de su vida, en los que agotado, enfermo y casi ciego, seguía sin embargo atendiendo con benévola solicitud, los asuntos que le encomendaban, bien fuera oficialmente por los pontífices y hombres de estado, como por los particulares de cualquier condición y clase social, lo que constituye un ejemplo magnífico de abnegación y de verdadero heroísmo en el trabajo, y a su vez, modelo admirable de caridad y de bonhomía.

Supo abrir las puertas del diálogo, encontrando para cada cerradura su llave, lejos de utilizar los golpes que no suelen abrir puertas.

La tragicómica vitalidad de algunos personajes de relevancia pública de hoy nos hace recordarle y abrir, al propio tiempo, la reflexión de que nuestra sociedad está falta de tan insignes protectores de la cosa pública, del interés y del beneficio a los ciudadanos. Hombres con la humildad e inteligencia necesarios para la resolución de los conflictos que hoy vivimos con el adecuado sentido de la ponderación y del equilibrio justo. Hombres con libertad de valores morales que dan seguridad y plenitud, que vencen cualesquiera miedos, hombres que se elevan y logran conseguir el respeto y la admiración perpetúa de sus iguales.

 

 

 

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